¡¡ POR METICONA !!
Uno
de
los
personajes
más
singulares
del
Haro
de
los
años
50
y
60
fue
el
conocido
como
“Cavero,
vende
barato”,
cantinela
publicitaria
correspondiente
a
D.
Francisco
Cavero
que
regentaba
un
negocio
de
quincalla en la céntrica Plaza de la Paz de Haro.
Este
singular
personaje
vendía
en
su
establecimiento
todo
tipo
de
artículos
que
uno
pudiera
necesitar,
incluido
ataúdes
listos
para
el
definitivo
descanso.
Se
caracterizaba
por
un
vivo
ingenio
que
junto
a
su
cortés
cordialidad
y
dotes
de
gran
vendedor
mantenía
su
negocio
vivo
y
floreciente.
Solía
colocar
múltiples
carteles
definiendo
sus
artículos
y
dando
explicaciones
precisas
de
su
funcionamiento,
siendo
notables
las
notas
que
colocaba
en
la
puerta
de
su
establecimiento
cuando
salía
de
él
a
cualquier
asunto:
“He
salido
a
almorzar,
vuelvo
en
veinte
minutos”,
“Estoy
en
casa
atendiendo
a
mi
madre,
bajare
pronto”….etc.
etc,
Tras
jubilarse
y
liquidar
su
negocio
marcho
a
Madrid
donde
tenia
un
piso
en
la
famosa
“Torre
de
Madrid”
y
alcanzó
notoriedad
por
la
invención
de
“La
cama
que
se
hace
sola”
que
fue
su
más
celebrado
invento
entro
las
varias
ocurrencias
que
llego
a
patentar
durante
su
estancia
en
la
capital
del
reino.
Nunca
dejo
de
regresar
a
Haro
cada
verano,
paseando
de
la
plaza
a
la
vega
con
su
traje
impoluto
y
sus
venerables canas.
Vivía
nuestro
héroe,
en
el
piso
superior
a
la
tienda,
al
cuidado
de
su
madre,
muy
anciana
y
enferma,
a
la
que
prestaba
toda
su
atención.
Era,
la
casi
centenaria,
Dña.
Benita,
mujer
de
fuerte
carácter,
muy
resuelta
y
dominante
que
le
traía
muy
atareado
con
quejas
y
demandas
que
él
solía
atender
con
mucha
paciencia
y devoción.
D.
Francisco
Cavero
había
hecho
buena
amistad
con
mi
padre
y
acudía
con
cierta
frecuencia
al
taller
de
carpintería
para
ver
la
forma
en
que
podría
recrear
cualquiera
de
sus
ocurrencias
susceptibles
de
construirse
en
madera.
Tenían
un
acuerdo
para
colocar
las
empuñaduras
de
los
paraguas
que
en
aquel
tiempo
venían
separadas
del
resto
pudiendo
elegir
el
mango
que
se
deseara
para
unirlo
luego
al
resto
del
paraguas.
Un
día,
en
una
de
sus
frecuentes
visitas
al
taller,
expuso
a
mi
padre
una
necesidad
junto
a
una
solución
que
ya
había
encontrado.
Su
madre
cada
día
estaba
mas
torpe
para
andar
y
lo
hacia
con
mucha
dificultad
y
peligro
de
caer,
no
obstante,
dada
la
inquietud
de
esta
mujer
era
imposible
dejarla
sobre
la
cama
o
tumbada
en
un
sillón,
así
que
había
tenido
una
idea
para
que
pudiera
desplazarse
por
la
casa
sin
tener
que
levantarse
de
sillón;
esta
idea
sencilla
y
fácil
de
realizar
consistía
en
hacer
una
plataforma
de
madera
en
la
que
encajar
las
patas
de
su
sillón
de
mimbre
y
colocar
bajo
ella
cuatro
ruedas
de
cojinetes
que
permitieran
moverse
por
la
casa
haciendo
fuerza
con
un
bastón
o
bien
agarrándose
a
las
paredes,
dado
que
sus
brazos
estaban
con
plena
fortaleza.
Así
se
hizo,
y
pareció
ir
bien
el
invento
pues
la
madre
de D. Paco se pasaba el día de aquí para allá, llenando la casa con el run run de los cojinetes.
Algún
tiempo
después
se
dirigió
D.
Paco,
nuevamente
al
taller
con
un
encargo
para
mi
padre.
Al
parecer
a
una
de
las
puertas
de
la
casa
se
le
había
roto
el
“quisquete”
y
había
que
poner
uno
nuevo.
Así
pues
mi
padre
se
dirigió
con
él
hacía
el
piso,
saludo
a
la
anciana,
que
se
encontraba
en
su
móvil
sillón
de
mimbre,
junto
al
visillo
del
balcón
y
fue
por
último
a
la
cocina
donde
se
encontraba
la
avería.
D.
Paco
tras
mostrarle
el
desperfecto
se
bajó
a
la
tienda
para
seguir
atendiendo
a
la
clientela
y
mí
padre
quedo
solo
desmontando
la
manilla
desde
el
interior
de
la
cocina.
Estando
en
esta
labor,
cuando,
justamente
acababa
de
quitar
el
pasador
de
la
manilla
interna,
escuchó
un
extraño
estruendo:
un
crujir
de
mimbres,
un
girar
libre
de
cojinetes
y
una
voz
que
gritaba
desde
el
otro
lado.
Con
gran
preocupación
se
apresuro
a
abrir
la
puerta
para
ver
que
era
todo
aquello
y
el
espectáculo
que
se
encontró
en
el
pasillo
junto
a
la
puerta
fue
ciertamente
grotesco
e
hilarante:
en
el
suelo,
sobre
el
volcado
sillón
y
con
las
ruedas
de
cojinete
aún
dando
vueltas
se
encontraba
la
anciana
madre
de
Don
Paco
en
un
extraño
escorzo:
las
patas
arriba,
con
la
manilla
fuertemente
agarrada
en
su
mano
derecha
y
gritando
para
sí,
rabiosa
y
dolorida
“POR
METICONA, POR METICONA, POR METICONA…..” .
La
anécdota,
ciertamente
graciosa,
adquiría
tintes
desternillantes
escuchándola
de
labios
de
mi
padre
que
con
mímica
adecuada
y
risa
incontrolable
reconstruía
el
momento
justo
del
descubrimiento
y
la
posición
grotesca
de
la
anciana,
quedándonos
para
siempre,
a
mi
familia
y
a
mi
mismo,
la
frase
“Por
meticona”
asociada a esa sonrisa previa a la carcajada.
N
ota: Dedicado con mucho cariño a la memoria de mi padre Angel, de D. Paco Cavero y a su inefable madre Dña. Benita Prieto (1872-1971)
Quisquete
es
un
riojanismo
que
se
refiere
al
mecanismo
de
una
cerradura
y
aquí,
concretamente
a
la
parte
que
la
manilla
mueve
hacia
dentro o hacia fuera para sujetarla o liberarla del marco de la puerta.
QUE CHISPA LLEVAS VIRGINA
Como
suele
ocurrir
en
las
pequeñas
ciudades
en
que
todos
nos
conocemos,
sobre
aquellas
personas
tildadas
de
populares
suele
recaer
la
curiosa
fama
de
protagonizar
algunas
anécdotas
ajenas
o
incluso
inventadas a las que dan con su protagonismo tintes de verosimilitud o posibilidad.
Hay
una
que
se
le
venía
atribuyendo
a
mi
padre
y
de
la
que
no
tengo
una
constancia
fija,
si
bien
por
la
profesión,
el
conocimiento
de
la
protagonista
como
clienta
y
que
él
mismo
la
contaba,
aunque
como
relato
apócrifo, pudiera haber sido real, aunque exagerada en su rebozo cómico.
Así
pues,
según
dice
la
historia,
una
señora,
de
ciertos
recursos,
había
comprado
un
lujoso
piso
en
la
calle
la
vega
y
estaba
empeñada
en
remozarlo
con
las
mejores
galas
de
modo
que
pudiera
ser
objeto
de
la
envidia
y
admiración
de
sus
visitas.
La
señora,
que
a
la
sazón
se
llamaba
Virginia,
no
era
especialmente
agraciada
físicamente
y
compensaba
una
nariz
desproporcionada
con
su
largueza
y
boato
a
la
hora
de
vestir y presentar sus posesiones.
Como
fuera
que
la
interfecta
solía
requerir
habitualmente
de
los
servicios
de
D.
Angel
Ibarra
“Taravilla”,
como
carpintero
y
ebanista
que
era,
sucedió
que
le
encargo
un
gran
armario
vestidor
provisto
de
unos
enormes
espejos
en
las
puertas
y
suficiente
espacio
interior
para
guardar
la
gran
colección
de
sus
vestidos
y
abrigos.
Dejo
la
susodicha
Virginia
las
llaves
de
su
piso
al
carpintero,
en
quien
tenía
gran
confianza,
con
objeto
de
que
fuera
a
su
piso
a
continuar
con
la
colocación
del
armario
debido
a
que
ella
debía
de
ocuparse
en
unos
asuntos
que
le
ocuparían
buena
parte
de
la
mañana.
Se
le
hizo
tarde
al
artista
carpintero
la
terminación
del
trabajo
y
más
pronto
de
lo
previsto
la
terminación
del
suyo
a
la
dueña
de
la
casa,
de
modo
que
cuando
esta
regresó
al
piso
el
carpintero
aun
se
encontraba
dentro
del
armario
terminando unos detalles.
Virginia
al
entrar
en
su
habitación
y
ver
el
enorme
armario
provisto
de
tan
extraordinarios
espejos
no
tuvo
ningún
reparo
en
posar
ante
ellos
como
si
de
una
diva
se
tratara
y
sintiéndose,
seguramente,
como
la
princesa
del
cuento
no
dudo
en
interpelar
al
espejo
con
el
celebre
conjuro
“Espejo,
espejito
mágico,
¿a
que
no
has
visto
nunca
alguien
mas
bella
que
yo?”
a
lo
que
el
espejo
con
la
voz
de
mi
padre
le
contesto
“Joder Virginia, ¡menuda chispa traes hoy!”.
Las
crónicas
que
tratan
del
suceso
no
van
mas
allá
de
esta
frase,
pero
podemos
imaginar
el
susto
que
se
llevo
la
buena
señora
y
la
vergüenza
que
pasaría
después,
aunque
a
buen
seguro
tras
deshacerse
el
misterio
y
conociendo
la
confianza
que
había
entre
ellos
y
el
buen
humor
que
caracterizaba
a
mi
padre,
hicieron una buenas risas y aun carcajadas a cuenta de tan simpático y curioso incidente.
Nota: La palabra chispa sería un Riojanismo cuyo significado podría ser “Borrachera leve que provoca alegría, euforia y optimismo”
LA MALETA NO ERA MIA NO ERA MIA LA MALETA
Sucedió hace muchos años cuando yo aún era un chaval. Era una noche desapacible no recuerdo si de
otoño o invierno, de lo que estoy seguro es que era muy tarde, ya que la chicharra del timbre de la puerta
a esas horas sonó lúgubre y amenazante. Habíamos cenado hacia rato y veíamos un de esos programa
nocturno de la entonces única cadena de televisión
Esperamos a que el timbre sonará una tercera vez, esta ver con mayor firmeza, para preguntaros unos a
otros si estaba sonando el timbre. Una cuarta llamada nos sacó de dudas y todos nos hicimos la lógica
pregunta ¿Quien sera a estas horas?. Se levanto mi padre de la mesa refunfuñando dirigiéndose hacia el
pasillo y cerrando la puerta tras de sí. Quedamos expectantes y con cierto temor ante lo que pudiera
pasar. Al otro lado del pasillo se oyó a mi padre abrir la puerta de la calle y hablar con alguien de quien no
percibiamos la voz. El tono era tranquilo y sosegado y pronto oímos como la puerta se cerraba de nuevo y
los pasos de regreso por el pasillo. Al entrar mi padre por la puerta de la cocina observamos su rostro
lívido y desencajado y apoyándose en la manilla de la puerta parecía no poder aguantar más, cómo
queriendo decir algo sin que pudieran salir las palabras de la boca. Por fin, ante nuestra nuestros signos
de extrañeza y preocupación soltó una estruendosa carcajada que desencajo aún más su mandíbula
dando rienda suelta a una larga e incontrolada risotada. Sin saber los motivos, nosotros mismos
comenzamos a reír como tontos contagiados por aquel torbellino incontrolado. Entretanto mi padre
intentaba contarnos lo sucedido con la voz entrecortada y prorrumpiendo tras cada palabra en una nueva
e incontenible risotada. Tardamos un buen rato en enterarnos del motivo de aquel incontrolado
"descojone" a base de ir poco a poco descubriendo detalles. Mi padre trataba de relatarnos como tras
abrir la puerta se había encontrado ante él a un curioso personajillo de muy baja estatura, rostro singular y
mirada perdida que enfundado en una gigantesca gabardina del cuello a los pies preguntaba por su
"mamá". Pero a esa visión un tanto esperpéntica mi padre añadía con un especial énfasis, y era ahí donde
desataba la carcajada, el hecho de que el interfecto llevaba en su mano una enorme maleta cuya
magnitud no alcanzaba a mostrarnos ni estirando a todo lo largo la longitud de sus brazos. Aquel era un
hombre a una maleta pegado que diría el genial Quevedo o mejor una “maleta con hombre colgado”. Lo
mejor del tema es que con sus gestos y aspavientos consiguió darnos a mi madre a mi hermana y a mi
mismo una imagen tan grotesca y acertada de la escena que al cabo de un rato nuestra carcajada no se
debía tanto a los gestos de mi padre como a la imagen que nosotros mismos nos habíamos hecho del
extravagante personajillo, su gabardina y la descomunal maleta de la que “colgaba”.
Y es que a veces las anécdotas más sencillas, como esta que relato, se convierten en recuerdos épicos,
no tanto por su trascendencia como por el momento o la forma en que se presentan.
Aquel hombre, que a la sazón acababa de salir del psiquiátrico provincial fue redireccionado por mi padre
hacia el portal de al lado, donde por las señas que le había dado y las trazas de la señora que acababa de
trasladarse a vivir en su primer piso no dudo que se tratara de su madre. Todo ello antes de estallar en el
ataque de risa que relatamos aquí, provocado tras ver bajar la maleta, "con llavero adosado", por las
estrechas escaleras de nuestra casa.
Con el tiempo nos acostumbramos a ver a aquel pequeño personaje en sus cada vez más frecuentes
permisos del psiquiátrico. Su esquizofrenia, que llevaba pareja un cierto retraso, no dio muchos
problemas a la calle y hasta se produjo una cierta adopción por parte de la gente del barrio debido a su
ingenua mansedumbre.
Una vez conocido debo de manifestar que la imagen que me hice de el, a pesar de la exagerada
descripción de mi padre, se parecía mucho a la realidad, lo que confirmé aún con más certeza en cierta
ocasión en que pude verle, en unos de sus viajes, portar la descomunal maleta de marras.
No se si anterior a este suceso o con posterioridad a él, mi padre comenzó a contar entre sus amigos un
chiste que denominaba “el de la maleta" y que, como la anécdota que acabo de relatar, era bastante
básico y simple, pero igualmente, como en su caso, la gracia con que lo contaba, sus gestos y
aspavientos descriptivos, le conferían un plus que le permitía obtener un éxito seguro fueran quienes
fueran sus oyentes. El chiste más o menos decía así: "En uno de esos trenes antiguos en los que había
unos estrechos pasillos en que mal pasaban dos persona, un pasajero salió a estirar las piernas,
encontrándose en mitad del mismo una enorme maleta que le cortaba el paso. Dirigiéndose al hombre que
se encontraba junto a ella el pasajero le espetó: Haga el favor de quitar esa maleta de en medio. ¿no ve
que esté impidiendo el paso", a lo que el sujeto contesto cantando un soniquete que decía: (cántese con
la música de la estrofa del Villancico "la Marimorena") "La maleta no la quito, yo no quito la maleta, la
maleta no la quito, yo no quito la maleta". Insistió el pasajero varias veces en que retirara la maleta y a
cada requerimiento el otro pasajero contestaba recitando la misma cancioncilla hasta que muy enfadado y
harto el sujeto que pretendía recorrer el pasillo agarro la maleta y la tiro por la ventanilla abierta del tren.
¿Qué me cantará ahora caballero? espetó con sorna "al de la maleta" , a lo que este respondió con el
mismo tono y melodía que antes: "La maleta no era mía, no era mía la maleta, la maleta no era mía, no
era mía a maleta".
A pesar de su sencillez no había ocasión lúdica en que, a los postres no fuera solicitado el chiste de la
maleta por todos los amigos presentes que a pesar de que ya lo conocían y conocían el sorpresivo
desenlace, celebraban el relato del mismo como si fuera la primera vez que lo oían: a carcajada limpia.
Con esto quedaba evidente que era la gracia del relator y no la del propio chiste quien debe llevarse el
merito. Para nosotros, los de casa, al oírlo tenía un doble valor jocoso ya que no podíamos evitar recordar
en el propio chiste, aquella ocasión del pequeño personaje "colgado de una maleta" y las insólitas
carcajadas que su presencia aquella noche de invierno provoco en toda la familia.
NOTA: Para conocer otros escritos anecdoticos sobre este personaje pique en
alguno de los siguientes enlaces:
1º LA ANÉCDOTA DE UNA ANÉCDOTA
2º EL CLAVO, EL CORDEL Y LA MIRADA DE SAN FELICES
Miguel Angel Ibarra
Relato corto 3.2.7
Nota legal: Todos los contenidos de esta pagina web : Artículos, comentarios, poesía, pensamientos etc. etc.
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escrito de su autor.
COPYRIGHT: Miguel Angel Ibarra Moreno
COSAS DE TARAVILLA
Por Miguel Angel Ibarra
D.
Angel
Ibarra
Barrio
“Taravilla”,
fue
uno
de
esos
personajes
populares
de
las
décadas
del
60,70
y
80
del
siglo
pasado,
en
aquella
época
todos
tenían
un
mote,
familiar
o
propio
por
el
que
eran
fácilmente
reconocidos
por
el
pueblo
en
general.
En
su
caso,
y
según
el
decía,
el
mote
le
cayó
por
que
de
jovencito
se
dedicaba
a
la
tarea
de
hacer
tarabillas
en
el
taller
de
carpintería
que
tenía
su
hermano
Ramón
en
plena
calle
mayor.
Este
jarrero
hasta
la
médula
colaboró
en
multitud
de
celebraciones
a
las
que
era
llamado
en
calidad
de
su
oficio
de
carpintero
y
donde,
las
más
de
las
veces
de
modo
desinteresado,
ayudaba
en
la
labor.
Particularmente
participó
en
la
cofradía
de
San
Felices
de
la
que
llegó
a
ser
Prior-Mayordomo
(1976-77)
y
en
la
que
unido
a
una
junta
de
Cofrades-
amigos participó en el esplendor de las celebraciones de aquella época.
El
especial
valor
que
este
personaje
tiene
para
mí
es
que
fue
mi
padre
y
que
de
algunas de las graciosas anécdotas que relato fui testigo si no coprotagonista.