I INTRODUCCION: Huesos de Santo Cuando se tienen pocos datos sobre un hecho relevante suelen surgir las leyendas. Existen tan pocos datos sobre San Felices de Bilibio, que bien podríamos adéntranos en su figura creando un mundo fantástico de supuestos épicos y maravillosos, pero mi historia es real, sencilla y reciente; tan reciente que muchos de sus protagonistas viven aun. Es una historia que habla de huesos, de huesos desnudos y humildes como lo fue su portador; de unos huesos que, tocados por la santidad, adquirieron la categoría de reliquias y han constituido durante siglos el referente de la fe de un pueblo; un pueblo humilde y a la vez orgulloso de los huesos que venera. La historia de San Felices es la historia de sus huesos, aquellos restos mortales bendecidos por Dios que hicieron acercarse con veneración a los antiguos moradores de Bilibio logrando así conservar durante siglos el recuerdo del hombre al que sustentaron. Despojos que fueron reclamados por monjes, obispos y reyes y que tras diversas vicisitudes acabaron siendo trasladados a la morada del que fuera su mas aventajado discípulo, para gloria suya y la de sus huesos venerables. Huesos que obraron los milagros de que Grimaldo se hace eco y que fueron su pasaporte a la Santidad y a la gloria terrena. Reliquias, en fin, que Haro pasea cada 25 de junio, orgulloso, por sus calles, reafirmando su fe en la alzada de unas sencillas arquetas de bronce y plata sobredorada que se enriquecen hasta la veneración con su precioso contenido. iI LA ANÉCDOTA En un libro de reciente publicación titulado “Felices el Anacoreta, maestro de San Millán de la Cogolla”, su autor D. Alfonso Verde Echaide, recoge una graciosa anécdota sucedida en 1990, dentro de las celebraciones que dicho año se realizaron por el cumplimiento del 900 aniversario de la traslación del glorioso cuerpo del ermitaño Felices de Bilibio desde los riscos en que falleció hasta al monasterio de San Millán de la Cogolla. Esta anécdota sucedió, concretamente, al trasladar las reliquias que de los Santos Felices y Millán se conservan en la ciudad de Haro hasta su primitivo emplazamiento en el Monasterio de San Millán. Su autor nos la relata de la siguiente manera: “En el traslado se produjo ¿Cómo no….? Una graciosa anécdota que aun recordarán algunos Cofrades acompañantes de tales arquetas, es la siguiente: En el vehículo de D. José Luis Moral tenia éste una de esas carabina de las de aire comprimido, ignoramos por que motivo. El caso es que viajaba con el Sr. Moral Iburo, el también cofrade Don Angel Ibarra Barrio. Con el humor que caracterizaba a este popular y querido jarrero, cuando llegaron al patio del monasterio se bajó rápido del vehículo y empuñando la carabina (que la verdad no servia para nada) se puso en actitud vigilante como quien desea guardar el mayor de los tesoros…. El Obispo de la Diócesis, que se hallaba esperando la llegada de los vehículos, al ver a nuestro protagonista en actitud de extrema vigilancia, se dirigió al mismo para aprobar su actitud de interés, sin pensar, ni mucho menos, que el arma que esgrimía el señor Ibarra Barrio, solo servia para espantar gorriones… “. Visto así, tal como se relata este suceso, recordado con cariño por todos los miembros de la cofradía que estuvieron presentes, no pasaría de ser una simpática gracia o incluso una pequeña gamberrada llevada a cabo por el Sr. Ibarra, sin la menor trascendencia, y sin embargo esto no fue así. El incidente tuvo como trasfondo otra anécdota ocurrida unos meses antes, cuyo relato paso a desarrollar, que determina una reflexión de hondo calado y que convierte esta anécdota en algo mas trascendente y mas acorde con la sustentada fe que desde hace siglos mantiene el pueblo de Haro hacia su Santo Patrón. III LA ANÉCDOTA DE UNA ANÉCDOTA: Hacia varios años que la Cofradía de San Felices venia acariciando la posibilidad de reunir, un día, en Haro, todos los restos de su Santo Patrón, los cuales se hallaban dispersos en varias arquetas entre San Millán de la Cogolla y Haro y que no se posesionaban oficialmente desde 1811, fecha en que para protegerlos de los desmanes de las tropas francesas, se trasladaron con gran entusiasmo a Haro, donde se veneraron hasta que fueron reclamados, cuatro años después, por sus legítimos custodios. Si bien en 1944 ya habían pasado por Haro con motivo de la restitución de las arquetas originales, expropiadas por el gobierno de la republica en 1931. El proyecto, largamente acariciado, no pudo encontrar mejor ocasión para materializarse que la celebración del 900 aniversario de la traslación del venerado cuerpo del Ermitaño Felices desde la que fuera su morada, en los riscos de Bilibio, hasta el recientemente construido Monasterio de Yuso, en el Valle de San Millán; hecho que tuvo lugar el año 1090 de nuestra era. Así pues, el cabildo y la junta de gobierno de la cofradía, presidida en aquel tiempo por D. Julián Baños, se pusieron manos a la obra, con un año de antelación, para conseguir la presencia de las preciadas reliquias durante la fiesta del patrón el 25 de junio de aquel año1990. Fueron muchos lo hilos que hubo que mover para obtener los permisos necesarios del obispado, el monasterio de San Millán y demás autoridades religiosas, pero mas costosa aun fue la autorización de las autoridades civiles, dado que las arquetas que contenían los sagrados restos habían obtenido hace años la calificación de patrimonio nacional, habiendo sido objeto de una agria polémica en tiempos de la república, con incautación incluida, por parte del estado, como ya hemos dicho. Ahora pues se debería tener mucho tacto para convencer de la oportunidad del traslado y de la seguridad que se ofrecía. No estaba la Junta de Gobierno de la Cofradía escasa de excelentes diplomáticos acostumbrados al trato con el poder político como para que esto constituyese un problema, y así se designó una comisión competente para que realizaran las oportunas gestiones, consiguiendo con antelación suficiente la tan ansiada autorización gubernamental para la traslación, aunque solo durante algunas horas, de las valiosas arquetas a la ciudad de Haro. Madrugo el Sr. Ibarra aquel 25 de junio. Un cierto nerviosismo recorría todo su cuerpo, ¡por fin había llegado el día grande¡ un día que por largamente preparado se había convertido en un acontecimiento, un reto, una prueba, un motivo de gran satisfacción. Miró por el ventanal de su casa al cielo, el sol, también madrugador como en ninguna otra época del año, mostraba, esplendoroso tras los tejados, ese cielo azul, intenso y maravilloso de los días de fiesta. Se afeitó a conciencia y se puso con esmero su mejor traje. La cofradía le había incluido en la organización de la procesión, encargándole especialmente de todo lo referente al traslado de las arquetas a hombros de los fieles, intentando, en lo posible, que todo ciudadano que lo quisiera pudiera gozar del honor de portar, aunque fuera por un breve trecho, los milagrosos huesos de tan gloriosos patrones. Había ciertas dudas sobre lo que podía pasar, ya que al aumentar el número de arquetas, de las dos habituales hasta las cinco de esta ocasión, la cantidad de personas necesarias para su porte también aumentaba considerablemente y si a esto se añadía el deseo de la Cofradía de que se fueran turnando los portadores de las reliquias, la empresa iba a necesitar de una gran cantidad de personas dispuestas y preparadas para turnarse. A tal fin la cofradía había hecho un llamamiento a través de los medios de comunicación animando a portar las reliquias a todo aquel ciudadano que lo deseara, aprovechando esta ocasión única. El que las arquetas fueran bastante ligeras ayudaba mucho a que personas de toda condición jóvenes, ancianos, mujeres etc. se arrimaran a la organización y alejando la lógica vergüenza humana se ofrecieran a portar durante un trecho alguna de aquellas arquetas-relicarios. Pero, aunque confiado en el gran cariño que el pueblo de Haro profesaba a su patrón, en la mente del Sr. Ibarra, siempre quedaba la duda de que, o bien por la mencionada vergüenza ajena, por la ignorancia de la posibilidad o por una deficiente organización, este intercambio fuera escaso o caótico. Aunque, principalmente, el motivo para madrugar había sido el compromiso, adquirido junto con otros miembros de la Cofradía, de ir a la plaza de la iglesia, temprano, para recibir, como se merecían, las reliquias de nuestros venerados patrones que llegaban de San Millán. Un buen numero de cofrades, perfectamente trajeados, con sus medallas al cuello, presididos por el flamante nuevo mayordomo D. Alberto Olarte Arce, esperaban impacientes la anunciada llegada de las arquetas. El Sr. Ibarra recordaba el relato que acababa de leer en un libro, recientemente publicado sobre la vida de San Felices, en el que se describía el apasionado recibimiento que el pueblo de Haro había proporcionado a las milagrosas reliquias de su Santo Patrón, cuando el año 1811 fueron trasladadas desde el abandonado monasterio de San Millán; de cómo cantidad de devotos habían salido a su encuentro hasta el camino de Ollauri y traído, en solemne procesión por las calles de la entonces Villa de Haro hasta la iglesia de Santo Tomas Incluso, según contaba el relato, un regimiento de la Guardia Imperial, que se encontraba acuartelado en la ciudad, al ver la algarabía y emoción que el hecho suscitaba en todo el pueblo se apresto a salir con su capitán al frente para escoltar, como se merecían tan veneradas reliquias. Con este precedente, le parecía al Sr. Ibarra un poco pobre aquella representación que sobre las escaleras de la iglesia parroquial esperaba impaciente, apenas custodiados por una pareja de guardias municipales encargados de impedir el tráfico en la zona. Con gran puntualidad, a la hora fijada, comenzaron a entrar por el pasadizo de la calle Santiago los primeros vehículos de la comitiva oficial que traía las reliquias. El Sr. Ibarra al igual que todos los presentes quedo boquiabierto y sinceramente emocionado ante el impresionante operativo policial que allí se desplegaba: Gran cantidad de vehículos oficiales de la guardia civil y varios más de la comitiva oficial llenaron la pequeña plazoleta de la iglesia colocándose en estratégica situación. Saltaron de ellos varios números de la Benemérita, fuertemente armados, que se distribuyeron a la entrada de las calles adyacentes y frente a la puerta de la parroquia, quedando el grueso de los militares colocados a los lados y en la trasera de uno de aquellos Land Rovers, que se había parado justamente frente al pórtico de la iglesia. Atentos, vigilantes, con los subfusiles armados, colocados en posición de alerta máxima, mirando a uno y otro lado, los servidores del orden esperaron la llegada de unos miembros civiles de la comitiva que se apresuraron a abrir el Land Rover y extraer de él, de modo limpio y profesional, unas pesadas cajas de embalaje a las que trataban con extremo cuidado. El Sr. Ibarra estaba encantado, ¿Acaso ese despliegue militar para traer a nuestro querido patrono debía envidiar al de la guardia imperial desplegada en 1811 ?. Cada cosa en su tiempo, pero, desde luego: ¡Aquello era espectacular!, ¡Cuanto cariño, cuanta veneración se seguía teniendo por nuestros santos! ¡Con que precaución y cuidado se trataban sus sagrados y milagrosos huesos! , Si, ¡ Incluso desde instancias oficiales!. Con lágrimas de emoción condujeron los miembros de la cofradía a los portadores de las cajas hasta la plataforma del presbiterio, donde con suficiente antelación se habían colocado unas andas con objeto de sostener las arquetas llegadas de San Millán. Frente a ellas, ya colocadas esperaban las otras tres arquetas que se conservaban en Haro. Los portadores de las cajas se dieron maña en deshacer el entramado de tablas clavadas entre si para mostrar, una vez apartados los elementos protectores que las cubrían, dos pequeñas arcas de plata recubiertas por unas sencillas placas de marfil, toscamente labradas, que les daban un aspecto antiguo y a la vez venerable. Una vez desembaladas fueron elevadas con sumo cuidado sobre las andas quedando así, expuestas sobre el presbiterio y haciendo un arco con el altar, las cinco arquetas-relicarios. Arquetas de distinta época, de distintos materiales y de distinto valor pero unificadas todas ellas por su sagrado contenido. Para la solemne misa del Santo la plazoleta de la Iglesia ya había sido despejada de los vehículos oficiales, y apenas se podían observar dos Land Rovers situados discretamente a la salida de la plazuela. En su interior con sus armas cargadas sobre las rodillas intentaban pasar desapercibidos los servidores de la ley. Aquella procesión, histórica por las circunstancias ya apuntadas, transcurrió perfectamente, bajo un magnifico día de verano, acompañada por la devoción y el cariño del pueblo jarrero, que ese día se reunió de un modo especialmente multitudinario. Las cinco arquetas desfilaban delante de la imagen que del Santo Ermitaño creara el jarrero Esteban Agreda. Mientras el Sr. Ibarra acrecentaba su satisfacción al comprobar como muchos jarreros se acercaban voluntarios para llevar cualquiera de las andas que soportaban las veneradas reliquias. Incluso un grupo de mujeres envalentonadas por la aparente levedad de la carga y queriendo romper con la ancestral tradición que confería a los hombres el exclusivo derecho a portar tan venerable peso, se hicieron cargo de una de las andas, a la que portaron y administraron entre ellas durante todo el trayecto, y lo hicieron con tal afición que es notorio que hasta la fecha actual no han soltado las mismas, convirtiendo aquella entusiasta jornada en feliz tradición. No fue la escasa participación del pueblo jarrero, precisamente, lo que llevo de cabeza a D. Angel Ibarra, sino, por el contrario, el que la comodidad de la carga y el cariño de los portadores hacían difícil, una vez asentados bajo las arcas, hacer salir de ellas a sus portadores para dar oportunidad a los otros ciudadanos que esperaban su turno. Al regresar la procesión a la plaza de la iglesia y tras la despedida al Santo, y una breve exposición de las reliquias, los operarios que las habían acompañado hasta el interior del templo se apresuraron a recomponer el embalaje de madera en que habían traído las arquetas e introducir en ellas tan preciosos relicarios. Tras cubrirlos de protectores anti-golpes y antincendios y cuidadosamente clavadas todas sus tablas las trasladaron hasta la entrada de la iglesia. Los guardias civiles que habían permanecido en espera, durante este proceso, junto a sus vehículos, regresaron prestos a custodiar, subfusil en mano, las arquetas, supervisando cuidadosamente su introducción en el vehículos para, a continuación, partir en una larga e impresionante comitiva hacia su lugar de origen, regresando, según se supo, por itinerario distinto al que habían seguido por la mañana, para evitar así, sorpresas desagradables. Al ver partir tan numerosa y esforzada comitiva un suspiro de alivio y satisfacción salio de las bocas de todos cuantos estaban allí para despedirla, y la sensación de haber vivido un magnifico e histórico día se apodero de todos los componentes de la Cofradía. No era menor la satisfacción del deber cumplido que embargaba el ánimo del Sr. Ibarra quien, aunque había sido especialmente tocado por la devoción con que el pueblo de Haro había salido de sus casas a acompañar las reliquias de sus Santos, mas aun se había ilusionado ante el impresionante despliegue de medios humanos llevado acabo por parte de las autoridades civiles para honra y protección de los venerados huesos de nuestros Santos Patronos. IV UNA ANÉCDOTA, DOS ANECDOTAS Y UNA PARADOJA: Aunque en realidad aquella gran ilusión era solo eso, una ilusión, pues la realidad era otra mucho más materialista y paradójica. Y he aquí la verdadera y triste anécdota: Lo que en realidad custodiaban tan aguerridos servidores del orden no era otra cosa que las valiosas arquetas del siglo XI, cuyos marfiles únicos, declarados, como dijimos, patrimonio nacional, eran de un valor artístico incalculable. Efectivamente poco les importaba a las altas instancias de la nación que se robaran unos viejos huesos de nulo valor material, aunque este expolio supusiera una gran de desgracia y frustración para todo un pueblo. Y así sucedió que tras 900 años las arcas que fueron construidas como recipiente humilde de los gloriosas cuerpos de San Felices y San Millán habían acabado por ser, paradójicamente, mas importantes que los venerados restos que albergaban. Pero continuemos con nuestro relato: tras la exitosa procesión del día 25 de junio también los devotos de San Millán quisieron celebrar como se merecía el noveno centenario de la traslación y aprovechando que cada año celebraban tal evento el día 6 de noviembre, procesionando los restos de las famosas arquetas; solicitaron también, que en justa reciprocidad, se trasladaran los restos de nuestro Patrón y los de San Millán, que permanecían en Haro, para la procesión de ese año. No pudieron, ni quisieron, negarse a ello los agradecidos cofrades de San Felices, quienes aceptaron el cometido con el mismo entusiasmo que meses antes habían puesto en traer hasta Haro los suyos. El camino ahora era más sencillo, pues se contaba con la experiencia reciente y se sabía exactamente lo que había que hacer. Se cursaron pues las mismas solicitudes, y se requirieron los mismos permisos que en la ocasión anterior para el traslado de las reliquias. No extraño la prontitud de la respuesta por parte de las autoridades religiosas, pero si extraño, sin embargo, la inmediatez de la respuesta enviada por las autoridades del Gobierno Civil. En la reunión convocada por la junta de la Cofradía el Sr. Ibarra no daba crédito a lo que acababa de escuchar, ¡Nada! ¡No nos concedían ningún tipo de escolta! ni seis, ni tres, ni dos vehículos, ni siquiera un mal motorista que abriera paso, ¡Nada!...! ¿Cómo podía ser eso posible? ¡Se trataba de las mismas reliquias, de los mismos santos, de los mismos huesos que un día sostuvieron el cuerpo de estos prohombres de la fe Riojana! puestos juntos sobre una mesa no existiría ninguna diferencia entre ellos, ni en forma, ni en textura, ni en origen, ni en significado, ni en nada ¿A qué venia esta injusta decisión? ¿Por qué esta discriminación, este agravio comparativo?. Hubo que explicar al Sr. Ibarra y a todos cuantos con él se hacían cruces por la decisión tomada por el poder civil, que habían sido las arcas y no las reliquias las que habían sido objeto de tan impresionante escolta y que ahora, como nuestras arquetas ni eran antiguas, databan de 1962 , ni tenían un gran valor histórico, ni artístico y ni siquiera económico, no podían asignarles ningún tipo de escolta a cargo del estado, y si querían protegerlas habría que acudir a una seguridad privada a costa de la propia Cofradía. Costó, con todo, convencer a estos creyentes incrédulos de que tal cosa pudiera ser así, ¿Mas importante el continente que el contenido? ¡Qué barbaridad!. Resignados ya a la dura realidad de que no habría escolta oficial se acordó que serian los propios miembros de la Junta de Gobierno quienes realizarían el traslado de la forma más honorable posible, acompañados en comitiva por el fervor y cariño de todos aquellos cofrades y devotos que quisieran hacerlo. No hubo necesidad de preguntar por la disponibilidad de un vehículo para transportar las veneradas arquetas ya que el Sr. Moral Iburo, entusiasta devoto del Santo Ermitaño, ofreció de inmediato su vieja furgoneta Renault modelo 4F-6 matrícula LO3991O, y lo hizo con tanto entusiasmo y emoción, que fue difícil negarse o considerar otras opciones. Se esmeró D. José Luis Moral Iburo, lo víspera del traslado, en limpiar y acondicionar lo mejor posible su humilde transporte; era, a diferencia de otras instancias, consciente de la trascendencia de aquel hecho, que formaría parte de la historia, quizás leyenda, de su querida cofradía en años venideros. Con meticuloso orden retiro, uno por uno, todos los aperos y útiles de su profesión de electricista que en la furgoneta guardaba y paso la aspiradora, fregó y limpio hasta el último rincón de la misma con el máximo esmero, sin que se haya podido saber hasta la fecha como apareció posteriormente en la furgoneta una carabina de aire comprimido. Con gran nerviosismo esperó el Sr. Moral Iburo, a los pies de la escalinata de Santo Tomas la llegada de las arquetas de San felices y San Millán, que, portadas con gran cariño y cuidados por miembros de la Cofradía, entre los que se encontraba su viejo amigo Angel Ibarra, fueron introducidas solemnemente en la furgoneta y protegidas discretamente con unos limpios paños. Acompañado por buen numero de vehículos repletos de cofrades, comandados por su Prior Mayordomo D. Alberto Olarte, tomaron rumbo hacia el monasterio de San Millán de la Cogolla, vía Santo Domingo de la Calzada,.Y cuentan las crónicas que al llegar a la ciudad del Santo Abuelito hicieron una parada allí, entrando con las reliquias hasta la plazoleta de la catedral, reuniendo así, discretamente, y quizás por primera vez en la historia, en aquel espacio, las reliquias de los tres mas venerados Santos de la Rioja Alta. Tras reponer fuerzas la comitiva continúo su recorrido hacia el Valle de San Millán. El Valle se mostraba especialmente hermoso aquella fría mañana de otoño, con los ocres y tostados dominando el paisaje y las copas de los árboles recorriendo todas las gamas del amarillo. La llegada de la comitiva a la explanada del monasterio hubiera resultado tal fría como la mañana si la camaradería y buen humor de los acompañantes no hubiera roto con simpáticos comentarios y alegría el silencio de la mañana. Los miembros de la comitiva de bienvenida esperaban con el Sr. obispo de la diócesis a la cabeza: Monseñor Bua Otero, recientemente nombrado obispo de Calahorra, La Calzada y Logroño, asistía por primera vez a aquella ceremonia y se mantenía a la expectativa de todo lo que pudiera pasar, por eso observaba atento el desarrollo de la llegada de la caravana. Correspondió a la vieja Renault de D. José Luis Moral, como portador del mas preciado de los tesoros, el honor de aparcar frente a la cabecera del comité de bienvenida, haciendo un poco de tiempo mientras el resto de los componentes de la embajada jarrera se iban acercando hasta él. Por fin cuando se hubo hecho un grupo suficientemente numeroso se apeó de la furgoneta y se dirigió a la parte de atrás, abrió de par en par las puertas y….¡Allí estaba!: sin saber como ni porqué la vieja carabina de perdigones apareció, a un lado, semiescondida, junto a las arquetas. En otras circunstancias y para cualquier otra persona hubiera pasado desapercibido aquel inservible instrumento, pero no para el Sr. D. Angel Ibarra Barrio, quien seguramente de un modo automático e inconsciente aunó en una décima de segundo su rabia, incomprensión y deseo de desagravio, a la asombrosa presencia de aquella inocua arma en el maletero para abalanzarse sobre ella y con rostro fiero y de absoluto convencimiento ofrecer su respeto y defensa sobre aquellos sencillos pero a la vez maravillosos huesos, tocados por la gracia divina y venerados por sus ancestros. No estuvo desacertado el Sr. Obispo al alabar aquella actitud de honor y defensa de lo suyo, que aquel jarrero convencido ofrecía carabina en mano. Seguramente algo dentro de su corazón fue capaz de adivinar que había, tras ese gesto, algo más que una gracia simpática e intrascendente. V EPILOGO Y ésta es la historia, una historia inocua y no exenta, tal vez, de algo de leyenda. Una historia sencilla, protagonizada por hombres sencillos, que día tras día, año tras año, siglo tras siglo, personaje tras personaje y fe y devoción y orgullo, van formando la eterna y fenomenal historia de un pueblo y una cofradía enamorados de unos sencillos huesos, HUESOS, ¡SI!, PERO, ....... ¡HUESOS DE SANTO!. Fín de: La Anécdota de una anécdota Por: Miguel Angel Ibarra Moreno Nota del autor: Los hechos que se narran en esta historia son reales, así como los personajes que en ella se nombran, sin embargo, a la hora de plasmar algunas situaciones así como los pensamientos y emociones de sus protagonistas, se ha supuesto o interpretado lo que pudo ser, o lo que pudieron pensar, por lo que ,tal vez, no se corresponda exactamente con la realidad.
Relato corto 3.2.1
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Miguel Angel Ibarra
LA ANÉCDOTA DE UNA ANÉCDOTA Por Miguel Angel Ibarra Moreno 1º Premio del V certamen de relatos San Felices de Bilibio In memoriam: Deseo dedicar este relato y el premio obtenido a la memoria de mi padre, Angel Ibarra Barrio y de toda aquella gran cuadrilla de amigos que constituyeron el gobierno de la Cofradía de San Felices en las décadas de los 70 y los 80, así como a mi madre Ángeles Moreno y a todas aquellas esposas que incentivaron y aglutinaron aquella amistad con su humor y gracia, siempre bajo la tutela de nuestro Santo Patrón.
D. Angel Ibarra Barrio (en el centro) transportando a hombros el arca de San Felices en San Millan de Yuso